Capítulo XVI : Los secretos de La Tablada
Aunque la vieja máquina de escribir fallaba, pudo escribir la carta de
un tirón. La escondió junto a dos cajas de archivo en un lugar
inaccesible de la casa paterna, en Charcas al 2500, a metros de la
comisaría 19 de la Policía Federal. Francisco "Pancho" Provenzano, amigo
del Coti Nosiglia, sabía que esas líneas mecanografiadas se
convertirían en su testamento histórico si algo llegaba a sucederle. Y
estaba convencido de que algo malo iba a pasarle, porque la carta
dirigida a su hermano empieza así: "Querido Sergio: Te tenía fe que lo
ibas a encontrar". "Pancho" no sabía bien qué le iba a ocurrir, pero
presagiaba que estaría ausente, y le elogiaba al hermano el olfato para
descubrir el secreto. Quince años después, esa carta puede aclarar en
gran parte por qué un grupo de militantes del MTP quiso tomar un cuartel
del Ejército. Y por qué muchas de las leyendas que se han tejido sobre
aquel 23 de enero de 1989, mientras Enrique Nosiglia era ministro del
Interior, tienen sólidos fundamentos. A las pocas horas de que
Provenzano dejara la carta en el escondite de la calle Charcas comenzó
su infierno.
El Coti se despertó del todo cuando del otro lado le avisaron que le iba
a hablar el presidente. Algo muy grave debía ocurrir para que a las
siete y media de la mañana Raúl Alfonsín llamara a su ministro de
vacaciones en Punta del Este: "Atacaron el cuartel de La Tablada; venite
ya, te mando el avión". Cuando empezaba a divisar Buenos Aires desde el
avión presidencial que atravesaba el cielo seminublado de ese mismo
lunes 23 de enero, trataba de imaginar el abanico de puteadas que
escucharía de Alfonsín en cuanto llegara a la Casa Rosada. El Coti
imaginaba muchas cosas, pero jamás hasta dónde quedaría atado para
siempre a las sospechas del copamiento del Regimiento de Infantería 3 de
La Tablada, ubicado a cinco kilómetros de Buenos Aires.
Todo había comenzado a las 6 de la mañana. Un camión repartidor de Coca
Cola derribó el portón del cuartel militar y atropelló al conscripto que
custodiaba el ingreso. Detrás aparecieron varios autos con los
ocupantes dispuestos a todo. Los recién llegados bajaron con armas
largas y se dispersaron entre las sombras por las calles de acceso. Un
grupo rodeó el edificio de la guardia de prevención y enfermería, donde
se produjeron las primeras bajas. Algunos asaltantes tenían las caras
pintadas y vivaban a Rico y a Seineldín. Otro grupo corrió al edificio
de la jefatura, donde cayó en la resistencia el mayor Horacio Fernández
Cutiellos, el segundo jefe del regimiento.
Al minuto de ocurrido el asalto, desde el patrullero de la comisaría de
San Justo estacionado en la avenida Crovara y el Camino de Cintura
vieron llegar corriendo a un hombre con uniforme del Ejército, con la
ropa desgarrada y sangre en la cara. Era Juan Manuel Morales, el soldado
que fue despedido por el aire cuando el camión embistió al portón del
Puesto 1:
-¡Nos coparon, nos coparon!
En menos de cinco minutos, la comisaría de San Justo estaba al tanto de
la incursión. Y dos patrulleros al mando del comisario Emilio García
salieron hacia el cuartel. Cuando García ingresó para ver qué pasaba,
fue ametrallado y murió poco después.
Los primeros curiosos en caminar en las cercanías del regimiento, entre
los monobloques que tapizan el Camino de Cintura y Crovara, encontraron
panfletos que convocaban "a todos los argentinos decididos, contra la
campaña radical para destruir nuestras FF.AA." Y más abajo alertaban:
"Damos inicio a las operaciones para aniquilar al enemigo marxista". Lo
firmaba el Nuevo Ejército Argentino, tras vivar al coronel Seineldín y
al teniente coronel Aldo Rico" . Los primeros periodistas en llegar a la
zona no lo dudaban: los carapintadas habían vuelto a atacar. Algunos
vecinos aseguraban haber visto que un Renault 12 había esparcido la
propaganda, para luego enfilar hacia el cuartel.
A las siete de la mañana, carros de asalto cargados con policías de
infantería, de Inteligencia, de comunicaciones, y móviles de todas las
comisarías de la región, rodearon el cuartel y dispararon sin saber muy
bien a quién. Desde el regimiento respondían. Cuando ya empezaban a caer
heridos o muertos los primeros policías, aparecieron los refuerzos
militares. Un oficial del Ejército que vestía una remera amarilla, al
que decían capitán, pasó ante los cronistas agazapados detrás un refugio
peatonal: "No pueden ser militares. Rico es un soldado, Seineldín es un
soldado. Ninguno de ellos daría una orden así. Quiénes son no sé, pero
propia tropa seguro que no". Tras esa evaluación al paso, el militar se
fue, pistola en mano, saltando entre los matorrales.
Pasada la media mañana, Nosiglia ya había llegado a la Casa Rosada, al
igual que Carlos Becerra, su amigo y secretario general de la
Presidencia. Aunque no llegaron a ver cómo cambiaba el rostro de
Alfonsín cuando recibió el llamado del jefe de la SIDE. Como la crisis
energética obligaba a la racionalización, el presidente había dado
órdenes de mantener los acondicionadores de aire apagados. Estaba en
mangas de camisa, con la corbata floja, y secándose la transpiración con
un pañuelo blanco cuando a las nueve y media lo llamó Facundo Suárez
para confirmarle la información que todos buscaban. "Raúl, es verdad,
son del MTP". Alfonsín gritó: "¡No puede ser! ¡Qué hijos de mil putas!".
Como el presidente dudaba de los informes iniciales del Ejército, había
delegado en Suárez la ratificación del origen del grupo atacante. A esa
altura, aunque no lo comunicaran a la opinión pública, ya lo sabían: el
Movimiento Todos por la Patria (MTP) había irrumpido en el cuartel a
sangre y fuego, como si fueran los años setenta, como cuando el ERP
intentó copar el batallón de Monte Chingolo. Volaban granadas y los
disparos silbaban en todos las direcciones. Un cabo primero había
perdido un pie, un comisario las dos piernas, otro cayó sangrando como
si fuera un barril agujereado. Más allá, con la cabeza destrozada, un
guerrillero cayó con la canana a medio completar con cartuchos de
escopeta. El olor a pólvora y a carne quemada lo inundaba todo.
El MTP era la versión rediviva del Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT), el brazo político del Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP), donde habían militado la hermana y el cuñado de Enrique
Nosiglia. Francisco "Pancho" Provenzano, uno de los cabecillas del grupo
que ingresó al cuartel, era casi de la familia del ministro. Su padre y
su hermano fueron médicos de la familia Nosiglia. ¿Esas relaciones
familiares bastaban para incluirlo para siempre en las sospechas? Había
mucho más. Los primeros en señalar al Coti fueron los apóstoles
menemistas, metidos de lleno en el lanzamiento de la campaña
presidencial.
A fines de 1988, los seguidores del riojano estaban convencidos de que
sectores liberales del Ejército se opondrían de cualquier manera al
triunfo del justicialismo. Y manejaban dos hipótesis: un atentado contra
Menem o un golpe previo a las elecciones para asegurar la continuidad
radical. Mientras se iniciaba la campaña, el sector seineldinista que
apostaba a Menem trazó un cuadro de situación. En uno de ellos no
hablaba de Nosiglia, pero sí del sector radical que él lideraba, y
alertaba a estar atentos frente a un posible hecho desestabilizador
organizado por la Coordinadora que tendría por objetivo "la continuación
del régimen socialdemócrata".
Por esa misma época, Jorge Baños, fundador y dirigente del MTP, denunció
que había en marcha un golpe institucional contra Raúl Alfonsín. El 23
de diciembre de 1988 fue entrevistado por Página/12, diario que en ese
momento era financiado en parte por un grupo de ex ERP que se habían
reunido alrededor de Gorriarán Merlo en Nicaragua. Baños dijo allí que
"el vicepresidente Víctor Martínez estaba dispuesto a y a
relevar a Alfonsín cuando una fuerza militar suficiente lo disponga",
como forma de garantizar una transición rápida hacia el gobierno
menemista. Sin dudas, el rosario de suposiciones que Baños enhebraba en
sus denuncias públicas -difundidas con bombos y platillos por los medios
del Estado- eran funcionales al alfonsinismo. Es cierto que a
principios de ese mes Seineldín se había sublevado en Villa Martelli, y
que a parte del gobierno radical le interesaba destacar la polémica
coalición del militar rebelde con el candidato justicialista a la
presidencia como una forma de erosionar su credibilidad.
¿Quién era el denunciante Baños? Se había destacado por su participación
en los organismos de derechos humanos. Fue también militante del
Partido Intransigente y abogado del Centro del Estudios Legales y
Sociales (CELS). A Gorriarán Merlo lo conoció en un viaje a Nicaragua a
principios de los ochenta; ya asociado al guerrillero, integró la mesa
directiva del MTP desde su fundación en mayo de 1986. Los menemistas
empezaron a prestarle atención cuando vieron que sus denuncias ocupaban
grandes espacios en los canales y radios oficiales donde la Coordinadora
tenía influencia. Además, se enteraron de que ese abogado frecuentaba
el despacho de Nosiglia. Aún no se sabía que Jorge Baños era el
afortunado propietario de un departamento en Barrio Norte, comprado
gracias a un crédito del Banco Hipotecario Nacional, manejado por la
Coordinadora. En sólo tres días, en marzo de 1986, el BHN le entregó
18.000 dólares. Sin dudas, Baños venía muy recomendado. Poco antes del
asalto a La Tablada, dijo en conferencia de prensa que el presunto golpe
carapintada contra Alfonsín había sido analizado en una reunión entre
Mohamed Alí Seineldín, Carlos Menem y Lorenzo Miguel.
Tanto había repiqueteado la versión arrojada por Baños que cuando Menem
se enteró del copamiento creyó que eran los carapintadas. El riojano
estaba jugando tenis en Mar del Plata, en el balneario "Horizonte del
Sol", en el que tenían sus carpas los sindicalistas Luis Barrionuevo y
Diego Ibáñez. Tras el partido, llegó el vocero de Menem, de estrecha
relación con los servicios de Inteligencia: "Son subversivos. Es el
ERP", sentenció Juan Bautista "Tata" Yofre. Nada encajaba con los
análisis previos que manejaba el menemismo. Barrionuevo, como siempre
brutal en sus dichos, lanzó su deducción sin vueltas: "Esto lo organizó
el Coti, esto lo organizaron los radicales". Mientras se duchaba, Menem
pensó qué les diría a los periodistas que lo aguardaban afuera. Optó por
su instinto: "La información es contradictoria, pero creemos que se
trata de un levantamiento carapintada".
Recién después del mediodía, José Luis Manzano pudo comunicarse con su
amigo Nosiglia, que le dio la confirmación: era el MTP. Sin embargo,
poco antes el vocero presidencial José Ignacio López había dicho a los
periodistas que se trataba de una incursión carapintada. Más tarde, el
propio López leyó un comunicado en el cual calificaba a los atacantes
como "delincuentes", sin adjudicarles pertenencia ideológica a ningún
sector. ¿Por qué si el gobierno tenía la información de que era el MTP
desde la mañana seguía ocultándolo pasado el mediodía? La represión ya
era feroz y exagerada. Los carapintadas se comunicaron con el equipo de
Menem: "No tenemos nada que ver, ni somos atacantes ni somos los
represores. Es una maniobra para perjudicarnos, es lo que vinieron
armando los últimos días".
Cuando todo era fuego, humo, sangre y escombros, la agencia Diarios y
Noticias recibió la llamada desesperada de una mujer:
-Tengo que pasar un comunicado urgente desde el Regimiento de La
Tablada.
-¿Del Ejército? -preguntó el redactor que la atendía.
-No, de los que estamos adentro del cuartel. Tomame el comunicado que
nos están masacrando...
-¿Quiénes los masacran?
-El Ejército y la policía.
El texto que dictó la mujer abonaba la confusión: "Ante el ataque de un
grupo de carapintadas al cuartel de La Tablada, un grupo de patriotas
argentinos que luchan por la democracia ingresó al cuartel para aplastar
la sedición. Este grupo se encuentra ahora rodeado por la policía y el
Ejército y lucha por la democracia y la justicia social. Que el pueblo
rodee los cuarteles e impida el asesinato de los que luchan por la
liberación de la Patria. Firmado: Frente Democrático de Resistencia
contra el Golpe". Tras la transcripción, la mujer volvió a pedir ayuda,
el fuego se intensificaba. Pero dejaba en claro que algo había fallado
en la lógica de los incursores.
También despertó muchas suspicacias que el diario oficialista La Razón
titulara su quinta edición: "Grupo seineldinista copó el Regimiento 3 de
Infantería". ¿Quién había pasado esa información al diario con línea
directa a la Casa Rosada?
Durante todo el día, el Ejército intentó recuperar el cuartel y fue
destruyendo las instalaciones a fuego de artillería. Al anochecer
continuaban cayendo los trozos de mampostería, y el fuego rabioso de los
tanques iluminaba el campo como si fueran relámpagos. En una reunión en
Casa de Gobierno, donde estaban entre otros el comisario Juan Ángel
Pirker, y el uno y dos del Ministerio del Interior, Nosiglia y Gil
Lavedra, miraban azorados por TV el espectáculo trágico de cómo se
bombardeaba un regimiento para sacar a un puñado de ocupantes: "Si me
dan dos horas y una compañía con gases lacrimógenos, desalojo el
regimiento", sentenció Pirker, quien murió días después, en medio de un
ataque de asma, según la versión oficial.
Los cañones se concentraron en el casino de suboficiales y en el sector
de calabozos de la guardia de prevención, donde estaban los atacantes.
Las balas trazadoras cruzaban la noche de La Tablada. Sólo se oyó un
largo silencio tras el estallido del arsenal del regimiento. Fue un
estruendo que conmovió la tierra en cuarenta cuadras a la redonda. A la
medianoche sólo algunas explosiones aisladas cortaron la espera hasta el
amanecer. Los grupos comando esperaban las luces del día porque no
contaban con miras infrarrojas.
¿Qué fuerza operativa tenía el MTP? ¿Con qué armas contaba? ¿La SIDE no
los investigaba? Seis meses antes del ataque, Alfonsín recibió un
informe de la Secretaría de Inteligencia. Aunque algunos detalles eran
inquietantes, el análisis parecía mostrar cierta ingenuidad. Bajo el
subtítulo "Códigos", el informe decía: "En varios casos, los integrantes
del MTP continúan manejándose con términos y códigos, como así también
utilizando sólo sus primeros nombres o apodos, en forma similar a la
empleada años atrás por las organizaciones armadas". Al final, el
documento de la SIDE evaluaba: "Tampoco sería descartable que, si sus
intereses así lo impusieran, el MTP considere un eventual retorno a la
lucha armada, habiendo asumido ya errores y experiencias anteriores".
También se destacaba que la mayoría de los representantes del interior
del MTP había pertenecido al ERP.
Muchos de ellos, como Francisco "Pancho" Provenzano, pasaron buena parte
de la dictadura en la cárcel. "Pancho" había caído preso en enero de
1976, y salió recién en 1982. Durante dos años y medio coincidió en la
cárcel de La Plata con aquellos amigos que jugaban al rugby en Central
Buenos Aires y que nutrieron al ERP: Oscar "Pato" Ciarlotti, cuñado por
partida doble de Nosiglia, y Eduardo Anguita. Los mismos que a
principios de los setenta veían jugar a las cartas al Coti con la abuela
de Ciarlotti, peaje que debía pagar el muchacho que noviaba con la
hermana del "Pato".
¿Durante los años previos al ataque se siguieron viendo el Coti y
"Pancho"? Tenían una relación fluida. Dos militantes del MTP recuerdan
que durante 1988 los llamados telefónicos de Nosiglia a Provenzano eran
habituales. Ellos lo sabían porque atendían el teléfono 47-0528 de
Tucumán 2250, donde funcionaba el movimiento. En algunas ocasiones
-Nosiglia ya era ministro del Interior-, ni siquiera llamaba a través de
una secretaria: "Soy Coti. ¿Está Pancho?", preguntaba. Nosiglia y
Provenzano también solían encontrarse en dos bares cercanos al Comité
Capital de la UCR.
A partir de 1983, Provenzano cultivó una estrecha relación con Capitán
Nosiglia. Sergio, el padre de "Pancho", había sido compañero del padre
del Coti mientras trabajaron juntos en Salud Pública durante la
administración Illia. Al recuperar su libertad, en la agonía de la
dictadura, "Pancho" retomó su práctica política en lo que luego sería el
MTP y era una apasionado discutidor de temas políticos. A Capitán esa
rebeldía le devolvía la imagen de "Chuchi", su hija desaparecida. Luego
de vender libros o hacer tareas de plomería para ganarse unos pesos,
"Pancho" pasaba por la casa de los Nosiglia, en Rodríguez Peña al 1400.
Allí discutían hasta el anochecer, mientras el viejo médico de Misiones
llenaba los vasos de whisky. Las tenidas con "Pancho" venían a suplir
también la falta de diálogo de Capitán con el Coti, quien estaba ocupado
en la Subsecretaría de Acción Social primero, y en el ministerio luego.
Aunque la relación de Capitán Nosiglia y "Pancho" Provenzano era el
lazo más fuerte entre ambas familias en esa época, las ligazones
excedían la amistad. Sergio Provenzano, el padre de "Pancho", fue médico
de la familia Nosiglia, y también su hijo homónimo, especializado en
ginecología. Varios descendientes de los Nosiglia llegaron al mundo
ayudados por los Provenzano. A nadie debía extrañar entonces que más de
una vez el Coti se encontrara con "Pancho" para ver en "qué andaba". Se
conocían de chicos, y ahora uno de ellos manejaba información
privilegiada de sectores oficiales y el otro sabía en "qué andaba" la
oposición política. Tras el ataque a La Tablada, Nosiglia y sus
funcionarios trataron de minimizar esta relación: "Los Provenzano
siempre fueron radicales y viejos conocidos de la familia, pero se veían
poco con el Coti", mentían.
Esta relación entre Nosiglia y Provenzano fue muy publicitada en los
meses previos al ataque por Guillermo Cherashny, ex rival del Coti en la
Juventud Radical devenido en columnista del semanario El Informador
Público. Diez días antes del ataque del 23 de enero, Cherashny escribió
una columna con el título "El ERP y la Coordinadora". Allí decía que un
sector del ERP liderado por Gorriarán Merlo y la Junta Coordinadora
Nacional de la UCR Capital -que lideraba Nosiglia- habían alcanzado un
"acuerdo táctico". En el mismo artículo, señalaba que Gorriarán había
invertido un millón de dólares en un diario de centroizquierda. No
aclaraba que era Página/12, pero se intuía. A la semana siguiente, el 20
de enero, Cherashny volvió a la carga con la presunta alianza entre el
MTP y la Coordinadora. En su columna afirmaba que Nosiglia les había
pedido a los dirigentes del MTP que denunciasen un pacto entre Menem y
Seineldín. Cherashny también escribió sobre un encuentro entre Nosiglia y
los dirigentes del MTP Felicetti y Provenzano a fines de diciembre, en
la confitería Paladium. El apoderado del PJ, César Arias, aprovechó ese
dato para cargar contra Nosiglia. El 7 de febrero, el dueño de Paladium
difundió un comunicado. Juan Lepes reconoció que había estado presente
el ministro de Interior en el desfile de moda organizado el 29 de
diciembre, pero desconocía la presencia de los dirigentes del MTP y
cerraba el comunicado: "Es nuestra intención esclarecer los
acontecimientos, quedando a disposición de quien corresponda, sin que
esto implique algún pronunciamiento político de ninguna naturaleza".
¿Lepes había recibido presión de Nosiglia para negar el "encuentro" de
Paladium? El empresario asegura que fue por iniciativa propia y que
recuerda que aquella noche sólo le pidió al ministro que dejara afuera
de la confitería a sus dos custodios "porque eran dos monos que
asustaban de sólo verlos".
Facundo Suárez, jefe de la SIDE, también desmintió el encuentro, y
aclaró que había sido el médico Sergio Provenzano -y no "Pancho"- el que
había estado en Paladium junto al Coti, veinticinco días antes del
ataque al cuartel. Pero el hermano de Provenzano jamás habría estado
allí. Aunque una vez, "para descomprimir" el clima, dijo en una
entrevista de radio que había sido él quien se entrevistó con Nosiglia
en Paladium. ¿Quién le había sumistrado la información del encuentro a
Cherashny? Si el jefe de la SIDE pretendió desvirtuarla, algo habría de
cierto en el dato. Al parecer, un oficial de Inteligencia de la Policía
Bonaerense -cuyas iniciales son C.B.- fue testigo del encuentro en
Paladium.
Facundo Suárez defendió hasta su muerte la inocencia de Nosiglia: "La
bronca del Coti con la gente del MTP, pero en especial con Pancho, tiene
su origen en que hasta último momento, y a pesar de las cosas que
publicaba Cherashny, Pancho le hizo saber que ellos estaban dentro del
sistema, y no planeaban nada violento. Por lo visto, el Coti mucho no
les creyó porque me pidió que lo mantuviésemos vigilados". El mismo
Suárez contó que durante 1988 se reunían cada quince días representantes
de la SIDE, la Policía Federal y las fuerzas de seguridad para estudiar
la situación de los carapintadas y de aquellos sectores que estuvieron
ligados a la violencia. Según las estimaciones, el MTP no tenía más de
treinta o cuarenta cuadros en condiciones operativas, que "a lo sumo
podrían tomar una comisaría o algo así". ¿Quién les hizo creer a ese
reducido grupo de fanáticos que su aventura sería un paseo por el
cuartel, tocar y salir? Hay pocas alternativas. O Gorriarán estaba loco y
creyó que con treinta personas -muchas mal armadas y sin entrenamiento-
podía abortar una rebelión militar. O el plan era otro.
Pero ¿qué relaciones tenía el MTP con Nosiglia, más allá de Provenzano y
de Baños? Es probable que hubiese un "cambio de figuritas", pases de
información que le servía a cada uno. Gorriarán cuenta que a mediados de
mayo de 1988, de paso por Panamá, se enteró de que el agregado militar
en ese país, que no era otro que Seineldín, preparaba un golpe contra el
presidente Alfonsín. Los oficiales de la Guardia Nacional panameña
también le informaron a Gorriarán que Seineldín se encontraba a menudo
con dos emisarios de Menem: César Arias y Julio Mera Figueroa. En su
autobiografía dice Gorriarán: "A mi regreso nos comunicamos con el
gobierno y le informamos el plan que Seineldín preparaba desde Panamá.
Además le entregamos aquella cinta donde el jefe carapintada justificaba
las acciones de la última dictadura. El casete se lo dio,
concretamente, Pancho Provenzano a Enrique Nosiglia en el local central
de la UCR".
Como el mismo Gorriarán reconoce cuando dice "a mi regreso", el
guerrillero prófugo estaba viviendo en Buenos Aires desde mediados de
1988. Con algunas personas más, el jefe del ERP vivía en un departamento
de la calle Yerbal alquilado por Provenzano. ¿Será cierto, como decía
Facundo Suárez, que Nosiglia le había pedido que vigilara a los del MTP e
incluso a "Pancho"? Sólo hay tres posibilidades: a) la SIDE era muy
incapaz; b) Nosiglia en realidad quería tener "controlados" a los del
MTP; c) Gorriarán vivía con el amigo del ministro del Interior con la
seguridad de que no sería buscado en esa casa de Flores.
En su justificación del ataque a La Tablada, el mismo Gorriarán explica
que desde mediados de enero conocían que "el plan se iniciaría con el
levantamiento del Regimiento 3". Y que trataban del hablar con todo el
arco político sobre la situación militar: "Las conversaciones más
importantes con el radicalismo las hicimos con Nosiglia, que en ese
momento era ministro del Interior, y con Gil Lavedra que lo secundaba en
el ministerio. En esos encuentros pudimos advertir que el gobierno de
Alfonsín estaba convencido de la inminencia de una nueva sublevación
pero no tenía la decisión ni la voluntad de resistir, de recurrir al
pueblo".
Quince años después, el historiador Felipe Pigna dialogó con Gorriarán,
quien le volvió a contar la historia de Panamá. Y que cuando se enteró
de las movidas entre menemistas y Seineldín regresó a la Argentina e
informó al gobierno.
-¿A quién del gobierno? -preguntó Pigna.
-A Nosiglia. Creo que en cuatro oportunidades. La primera en el local
central de la UCR en la Capital. Lo que percibimos era que el gobierno
veía que era muy probable que eso sucediera.
-¿Eso lo decía Nosiglia?
-Sí, y Gil Laavedra, que era viceministro. Nos decían que no sabían qué
hacer. Los veíamos abrumados. Nosiglia nos decía: "No sabemos qué
hacer".
Aunque está claro que el ministro del Interior no se reunía con
Gorriarán -estaba prófugo desde 1983-, sabía que el guerrillero
monitoreaba los movimientos del MTP. Un mes y medio antes del ataque, el
MTP publicó una solicitada con el título "Resistamos la amnistía y el
golpe". La firmaban, en este orden, Enrique Gorriarán Merlo, fray
Antonio Puigjané, Jorge Baños, Carlos Alberto Burgos, Roberto Felicetti y
Francisco Provenzano. Con tres de ellos, por lo menos, el Coti había
tenido contactos durante los meses previos al 23-E.
En su libro Los sospechosos de siempre, el periodista Jorge Boimvaser,
de excelentes contactos con los servicios de Inteligencia, cuenta:
"Facundo Suárez estaba al tanto de que Nosiglia, en plena campaña
electoral, prestaba apoyo a cualquier sector extrapartidario que se
atreviese a desgranar denuncias públicas contra el candidato
justicialista. Toda acción se considera útil para ensuciar la imagen
opositora. "Pancho" Provenzano, amigo de Nosiglia, había llevado una de
esas propuestas. Consistía en una lluvia de acusaciones periodísticas y
judiciales contra Carlos Menem y sus aliados, de la que se encargaría el
titular del MTP, Jorge Baños. La campaña tenía un precio que el
Ministerio del Interior solventó con partidas provenientes de sus fondos
reservados". Boimvaser va más allá y asegura que Provenzano recibió
"extraoficialmente" la suma de quince mil dólares en diciembre de 1988,
con los cuales adquirieron varias armas en armerías céntricas.
A mediados de 1988, Tomas Borge, amigo de Gorriarán y por entonces
ministro del Interior del gobierno nicaragüense, pasó por Buenos Aires.
Gorriarán había asesorado a los sandinistas en la conformación de la
policía de Managua y había organizado y ejecutado el asesinato del
dictador nicaragüense Anastasio Somoza en Asunción. Por aquel informe de
la SIDE que creía posible que un sector del MTP integrado por ex
guerrilleros del ERP volviera a operar en algún momento, Alfonsín le
pidió a Nosiglia que se entrevistara con Borge. La idea era advertirle
que el gobierno argentino había detectado la posibilidad de que el MTP
estuviera organizando algún hecho de violencia bajo el mando de
Gorriarán Merlo. Cuenta el ex presidente argentino: "Según el informe
que Nosiglia me brindó de ese encuentro, la respuesta de Borge fue que
el gobierno de Nicaragua no tenía mucho que ver con Gorriarán. Sin
embargo, Nosiglia le respondió que el MTP sí tenía mucho que ver porque
el gobierno argentino tenía información de que el terrorista argentino
había sido funcionario del gobierno sandinista".
Por un lado, la gestión radical denunciaba a Gorriarán; por otro,
Nosiglia recibía información del terrorista de manos de Provenzano, como
cuando el ex jefe del ERP le trajo desde Panamá la casete con dichos de
Seineldín. En el libro Gorriarán, La Tablada y las guerras de
inteligencia en América latina, un militante del MTP les contó a los
autores: "En noviembre de 1988, Pancho Provenzano recibió un informe
reservado de la empresa petrolera Bridas, tal como venía sucediendo
habitualmente, ya que teníamos una adherente que tenía acceso a ese
material reservado. Allí se pronosticaba un inminente estallido social y
preveía que los carapintadas buscarían encaramarse en las
reivindicaciones populares, lo que provocaría un gran enfrentamiento en
el seno del Ejército, lo cual a su vez condicionaría aún más al
debilitado gobierno de Alfonsín".
La petrolera Bridas, de los hermanos Carlos y Alejandro Bulgheroni, fue
la empresa que más creció durante la dictadura militar y el gobierno de
Alfonsín. Nosiglia cultivó la relación con los Bulgheroni no bien llegó
al poder. De ahí la sociedad con ellos para editar Tiempo Argentino.
El informe de inteligencia de Bridas que "Pancho" Provenzano llevó al
MTP, ¿lo consiguió por un adherente que trabajaba en la petrolera o
porque Nosiglia se los daba a Provenzano? Ese reporte fue hecho por ex
militares, con los cuales los Bulgheroni tenían estrechas relaciones.
¿Fueron esos anuncios de rebeliones carapintadas los que sirvieron para
convencer a los integrantes del MTP de que debían actuar? Nunca se
dilucidó si los cabecillas guerrilleros usaron ese material sabiendo que
podían ser víctimas de una manipulación, o si ellos se encargaban de
manipularlo para cohesionar a su gente y embarcarlos en una aventura
irracional.
La petrolera Bridas también era mencionada en Centroamérica, donde un
grupo de militares argentinos encabezados por el coronel Osvaldo Ribeiro
y el teniente coronel Santiago Hoya adiestraba a los "contras" de la
región, mientras Gorriarán estaba en el bando de enfrente. Hoya y su
gente cubrían las apariencias diciendo que pertenecían a la petrolera
Bridas. Santiago Hoya había hecho carrera en la SIDE desde 1972 y se
especializó en el ERP. Desde entonces, hubo "una perversa competencia
entre él y Gorriarán". Pero Hoya debió volver en 1984 a Buenos Aires,
puesto que un nuevo jefe de la CIA llegado a la región descubrió que el
argentino tramaba una sublevación de un sector de los contras. ¿Su
guerra de inteligencia particular con el jefe del ERP siguió durante el
gobierno de Alfonsín?
A las 9.10 del 24 de enero, los guerrilleros respondieron a la
intimación a través de los altoparlantes y salieron con las manos en
alto, mezclados con algunos rehenes. Eran dieciséis, entre ellos, dos
mujeres. Según Gorriarán, las víctimas no fueron 39 como dice la prensa,
sino 43. "De ellas, cinco eran oficiales y suboficiales del Ejército,
cuatro eran soldados y dos pertenecían a la policía. Los treinta y dos
restantes eran compañeros nuestros", cuenta el jefe guerrillero en su
autobiografía. Entre los muertos, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos denunció que nueve de ellos fueron asesinados tras ser
detenidos. Entre ellos, Francisco Provenzano, el amigo de Nosiglia.
Según distintos testimonios, "Pancho" se rindió con el grupo que
comandaba. Cuando todos estaban en el piso, comenzaron a preguntar:
"¿Quién es Pancho?". Como nadie hablaba, unos oficiales empezaron a
castigar a los rendidos. Fue cuando Provenzano dijo: "Yo soy Pancho". Y
se lo llevaron. Sus ex compañeros juran que oyeron sus gritos como si lo
estuvieran torturando. Nunca más regresó.
En el momento del ataque, el médico Sergio Provenzano estaba de viaje en
Europa. Volvió en cuanto se enteró, y le dijeron que su hermano estaba
desaparecido. Había algunos cadáveres imposibles de identificar y se
creía que varios guerrilleros que entraron al cuartel pudieron huir por
los fondos que dan a una cantera en la noche del 23 al 24. El médico le
dijo a Nosiglia que iba a dar vuelta cielo y tierra para tratar de
identificar a su hermano. "Voy a ordenar que te den lo que necesites",
le prometió el Coti. ¿Por qué Sergio Provenzano estaba convencido de que
su hermano estaba entre los muertos?
Durante varios días, luego del ataque, la casa familiar de los
Provenzano estuvo clausurada. Tras la requisa policial, Sergio fue a la
casa paterna hasta el recoveco donde "Pancho" solía guardar documentos
comprometedores. Era la parte superior de una falsa columna dentro de
los roperos del cuarto matrimonial. Allí la encontró. "Pancho" había
dejado dos cajas de archivo plásticas, además de la carta
mecanografiada.
Testimonios de integrantes del MTP describieron la dura reunión que se
llevó a cabo tres días antes del ataque, donde Baños y Provenzano
chocaron con la decisión de Gorriarán de atacar el cuartel. Hubo
votación, y ganó Gorriarán. Horas después, "Pancho" escribió la carta y
junto a otros documentos la dejó en el escondite de la calle Charcas,
con la certeza de que llegaría a manos de su hermano Sergio.
Un mes después del ataque, un hombre que dijo ser miembro de un servicio
de Inteligencia se presentó en los diarios Clarín y La Razón. A cambio
de dinero, prometía pruebas irrefutables de que "Provenzano no murió en
el cuartel, sino en otro lugar". ¿Por qué -según todas las pruebas- el
guerrillero que se entregó vivo fue asesinado? ¿A quién comprometía lo
que sabía Pancho Provenzano? Los dos principales contactos del MTP con
el gobierno radical -Baños y Provenzano- salieron muertos del cuartel.
Todas las suposiciones que se pudieron haber hecho de la suerte del
amigo de Nosiglia tras la rendición deberán ser replanteadas luego de la
aparición de la carta escrita por "Pancho".
"Querido Sergio: Te tenía fe que lo ibas a encontrar / Perdoná
pero esta máquina no la arreglaron nunca / Sabía que no dormirías hasta
entender. Claudia está ciega y sólo escucha a Gorriarán. Mi información
no me permite disuadirla, aceptó dejarte todo lo que quería incluso
Irene tan segura está. Para mí Gorriarán arregló por arriba entre los
servicios. Si hay lío no me haré matar tontamente y además puedo aclarar
las cosas, ellos lo saben y no creo que me dejen vivo. Es posible que
me quieran dar por desaparecido. Acordate de mi columna, estás
acostumbrado.
"Dejé todo lo que quería además del reloj y mi billetera. Después
de este favor te prometo no joderte más. Pancho".
La carta está redactada sobre el papel de recetario de Provenzano padre,
con una Remington viejísima, cuyo sonido inspiraba al viejo médico.
"Pancho" muestra su impotencia para convencer a su mujer, Claudia Lareu
-la madre de su hija Irene-, de que la incursión en La Tablada era una
locura. Y luego, hace una afirmación terrible: "Para mí Gorriarán
arregló por arriba", entre los servicios de Inteligencia. Si bien
expresa esa posibilidad como si fuera sólo una creencia suya, "Pancho"
parecía adivinar todo lo que iba a ocurrir: "Si hay lío no me haré matar
tontamente". En cuanto vio que el combate sería imposible, juntó a su
grupo y se rindió para evitar una muerte "tonta". Pero a continuación
advierte en la carta: "Además puedo aclarar las cosas. Ellos lo saben".
¿A quiénes se refería? ¿A Gorriarán y a los servicios de Inteligencia?
Sin embargo, antes de terminar de escribir ese renglón, en una
coincidencia macabra con lo que ocurrió, Provenzano razona con lógica
cruel: "No creo que me dejen vivo, es posible que me quieran dar por
desaparecido, acordate de mi columna. Estás acostumbrado". Había en la
dramática carta ciertos guiños para su hermano, bromas familiares -la
máquina de escribir nunca arreglada- y una cuota de humor negro: le
recordaba que había sido operado de la columna y con el "estás
acostumbrado" se refería a que Sergio había trabajado de médico legista.
En una de las cajas, "Pancho" dejó las radiografías que mostraban cómo
había quedado su columna tras la operación, un documento fundamental si
su hermano tuviera que reconocerlo aunque hubiesen pretendido "hacerlo
desaparecer" como presagiaba. Eso fue lo que ocurrió.
A los autores de Gorriarán, "un ex ministro radical" les contó que
existía esa carta. Pero la desacreditó. Los periodistas escribieron: "La
presunta existencia de esta carta constituye hasta hoy un misterio". El
único ministro radical que podría haber hablado de eso es Nosiglia. El
hermano de Provenzano le dio una fotocopia a los pocos días del 23-E.
Pero jamás le reveló al entonces ministro del Interior qué otros
elementos había dejado "Pancho" junto a la carta, es decir, el contexto
que permite aseverar que esas líneas mecanografiadas jamás podían haber
sido un invento de los servicios. Uno de esos elementos era la historia
clínica de su columna vertebral. Pero, además del reloj y la billetera
que citaba en las últimas líneas, dejó documentación de Irene, la hija
que tuvo con Claudia Lareu, material sobre el PRT de procesos internos y
documentos particulares que había conservado desde varios años atrás.
Sergio Provenzano, tras el hallazgo de las radiografías y de entregarle
una copia de la carta, le dijo a Nosiglia que iba a identificar a
"Pancho", cueste lo que cueste. El ministro, como había prometido,
ordenó que le facilitaran los medios necesarios. En la tarea médica más
dolorosa de su vida, Sergio Provenzano fue hasta la morgue, disecó las
columnas de los cadáveres mutilados que aún no habían sido reconocidos
por estar desfigurados. El cuarto cuerpo que examinó era el de su
hermano. No tenía dudas: por un lado, se lo decía el problema en la
cuarta vértebra, y por otro, cotejó con una ficha dental que le proveyó
el odontólogo de "Pancho". El cuerpo estaba quemado como si le hubiera
estallado una granada a medio metro, o como si lo hubieran incinerado
entre neumáticos. Pero además le habían mutilado los miembros. Gracias a
su propia carta y al tesón de su hermano Sergio, el 7 de febrero
"Pancho" Provenzano dejó la categoría de N.N. con la cual querían borrar
todo rastro.
¿Fue un ataque preparado con tiempo? De las quince armas nuevas que
portaban los atacantes, catorce habían sido compradas con papeles entre
el 10 y el 21 de enero en distintas armerías de Buenos Aires. Aunque
según fuentes del gobierno, hubo un largo y meticuloso preparativo en el
exterior, donde se habrían obtenido pertrechos. Enumeraban, además de
las armas nuevas, fusiles FAL con dispositivos de disparo que no usaban
las fuerzas argentinas, ametralladoras chinas, lanzadoras rusas
conocidas como "palo de fuego" y lanzagranadas de 40 mm de origen
norteamericano. En una crónica periodística del ataque, se analizan los
elementos del guerrillero Osvaldo Farfán, quien en realidad era Roberto
Sánchez: "El arma que portaba era un fusil FAL cuyo tubo del cañón no es
de origen nacional y presentaba rastros de haber estado bajo tierra
durante mucho tiempo (probablemente desde la década del 70).
La madera de la culata también presentaba vestigios de tierra y
herrumbre".
¿De dónde provenían las armas de guerra que no habían sido compradas en
el Once o en el centro porteño durante ese enero y dónde habían estado?
Muchas de ellas habían permanecido enterradas en Jujuy, cerca del
Ingenio Ledesma, desde 1982. A principios de 1981, Gorriarán y los suyos
habían penetrado en ese monte para iniciar acciones de propaganda
armada. Asentados en Nicaragua tras el triunfo de la revolución
sandinista, los ex ERP decidieron volver a operar en la Argentina con un
grupo de doce personas, que llegó a duplicarse poco tiempo después.
Durante un año recorrieron una extensión de cuarenta kilómetros de largo
por veinte de ancho, sin ser detectados. Habían traído las armas desde
Nicaragua en una verdadera road movie por Latinoamérica, en su mayoría
rezagos de la guerra contra el somocismo.
Al terminar la guerra de Malvinas, y ante el nuevo panorama de apertura
democrática, el propio Gorriarán subió al monte para explicar por qué
había que desactivar la unidad guerrillera. Pero dos de los integrantes,
José Luis Caldú y Pablo Belli, se negaron en principio a bajar. Dudaban
de la salida democrática. Costó convencerlos. Siete años después, ambos
reaparecerían y morirían en La Tablada. Al igual que esas armas que
permanecieron enterradas en Jujuy durante gran parte de la gestión
alfonsinista, rebrotaron en la incursión del 23-E.
Un detenido declaró que en una quinta de Moreno le dijeron que iban a
hacer una toma simbólica y que no iba a haber tiros. "Era tomar el
cuartel y salir." Según el preso, que era albañil, en la misma quinta le
dieron una escopeta y las instrucciones para usarla, pero una vez
adentro del cuartel, cuando quiso dispararla, el arma no funcionó. Otro
integrante del MTP declaró que no habían fijado postas sanitarias
-lugares para atender posibles heridos- porque estaban convencidos de
que no habría enfrentamientos. ¿Quién les dio tal información a los
incursores? ¿De qué fuente bebían para terminar envenenados?
Uno de los primeros señalados por la oposición fue Enrique Nosiglia. Le
achacaban su relación con Provenzano y también sus contactos con Baños.
El abogado menemista César Arias presentó una denuncia para que la
Justicia investigara qué relación tenían los atacantes con los
funcionarios radicales. También citaba a Carlos Becerra, el secretario
general de la Presidencia e íntimo de Nosiglia. Según Arias, Carlos
Ferreyra Beltrán -hermano de Alejandro, dirigente del ERP- era jefe de
asesores de Becerra. En realidad, hablaba de Pablo Ferreyra Beltrán,
quien siempre fue radical y secretario de Becerra cada vez que éste fue
funcionario público. Mientras se hacía la presentación judicial que les
apuntaba a los líderes de la Coordinadora, Menem acusaba al gobierno de
intentar postergar las elecciones y aseguraba que lo ocurrido en La
Tablada "era una maniobra urdida para tratar de destruir al
justicialismo y posibilitar que siga gobernando el radicalismo".
El diputado peronista Rubén Cardozo también apuntó contra Nosiglia:
"¿Por qué de golpe y porrazo aparece este grupo subversivo lleno de
mercenarios intentando tomar el cuartel? ¿Qué hacían el responsable de
los servicios de Inteligencia y el ministro del Interior? ¿Por qué el
doctor Nosiglia viajó a Europa sin razón aparente durante veinte días?".
Las presiones hacia Nosiglia eran tantas que el ministro tuvo que hacer
lo que menos le gusta: dar la cara frente a los medios. Entre mate y
mate, a menos de una semana del ataque, el Coti explicaba: "Una línea de
razonamiento apunta al carácter táctico de la operación: el grupo
buscaba el copamiento del cuartel, producir algunos crímenes, retirarse
con una parte del parque de armas y dejar volantes que llevaran a pensar
en una acción de los grupos vinculados con Rico y Seineldín. Tras la
constitución del foco insurreccional, el pueblo acudiría a rodear los
cuarteles, asociándose a este grupo e iniciando el camino a la toma del
poder".
El periodista le preguntó por un análisis que circulaba por esas horas:
"Todo esto podría indicar que los terroristas fueron confiados y ;
es decir, que fueron víctimas de una provocación...". Nosiglia volvió a
acomodar la yerba del mate y se le escapó una revelación: "No lo creo.
Esto debió estar preparado desde bastante tiempo antes. Nadie puede
tomar un cuartel sin una tarea de inteligencia previa. Esto sería
suponer que se trata de una banda de mamarrachos. Y la sola presencia de
un cuadro militar como Gorriarán Merlo descarta la posibilidad de un
hecho improvisado". El periodista se estaba llevando la primicia,
Gorriarán había estado en el operativo. Estaba confirmado.
El 4 de agosto de 1989, ya como ex ministro del Interior, Nosiglia tuvo
que declarar en la audiencia oral y pública por el asalto al regimiento.
El mayor esfuerzo del Coti fue despegarse de las acusaciones de los
carapintadas sobre su complicidad con el MTP. Su testimonio fue
deshilvanado, lucía nervioso y desmemoriado. El título de Clarín del día
siguiente decía: "Aseguró Nosiglia que no conocía a quienes atacaron el
cuartel". Los defensores de los presos estaban furiosos y anunciaron
que pedirían el procesamiento por falso testimonio del ex funcionario.
En su esfuerzo por ser creíble, contó que estaba de vacaciones en Punta
del Este, "que no leía los diarios" y que el ataque lo tomó por
sorpresa. Dijo que de los atacantes a La Tablada no conocía a ninguno y
citó, por ejemplo, a Roberto Felicetti: "No lo conozco". Según gente del
MTP, a principios de 1988, la mesa nacional del movimiento se había
reunido con Nosiglia, pero éste parecía haberlo olvidado. No se pudo
efectuar un careo porque justo ese día el preso adujo una indisposición y
se quedó en su celda. Aunque sí reconoció que conocía a Francisco
"Pancho" Provenzano por relaciones entre las familias. La táctica del ex
ministro, al nombrarlos motu proprio, era evitar que le preguntaran por
encuentros con ellos en los días previos al 23-E, según las denuncias
que circulaban.
Cuando terminó su testimonio, uno de los abogados defensores saltó: "El
testigo ha sido mendaz, por haber dicho que no conocía a Roberto
Felicetti, ya que efectivamente lo conocía", dijo Antonio Roca Salinas.
Como nunca se lo había visto antes, Nosiglia estaba pálido y sacudía una
pierna por un temblequeo nervioso que lo acosó durante la hora y media
de su permanencia en la sala. Sin embargo, el grupo de letrados de los
presos abandonó luego la idea de pedir el procesamiento de Nosiglia por
falso testimonio. Tal vez influidos por los presos con mayor
predicamento del grupo. ¿Por qué Felicetti faltó justo cuando fue
Nosiglia a declarar?
En su testimonio, el Coti también negó que el fallecido comisario Pirker
le hubiera dicho que podía desalojar a los incursores usando una
compañía de gases. En cuanto a la relación con "Pancho" Provenzano,
Nosiglia juró que no lo veía "hacía muchos años". Pero esa afirmación se
podría refutar con facilidad. Buena parte de los presos sabía que
"Pancho" se encontraba con el "amigo ministro", y el propio Gorriarán
reconoce que hubo por lo menos cuatro entrevistas entre Provenzano y
Nosiglia a lo largo de 1988.
En su libro de memorias publicado quince años después de los sucesos,
Raúl Alfonsín pretende defender a Nosiglia. Según el ex presidente, su
ministro desvirtuó las ataques salvajes de la oposición. ¿Qué dijo el
Coti para explicar sus relaciones con gente del MTP? "Desde los 14 años
he hecho política en mi país. Siempre pensé que el diálogo era uno de
los medios de que disponía para resolver conflictos (...) Yo he conocido
personalmente a los señores Baños, Felicetti y Provenzano. Los padres
de este último han sido íntimos amigos de mis padres. Todos ellos
militaban en la superficie y mostraron señales sólidas de haber
emprendido el camino de la disputa electoral. En ese carácter he
dialogado con ellos. Niego terminantemente que los nombrados me hayan
transmitido sus intenciones."
Las contradicciones entre estas afirmaciones políticas de Nosiglia y su
verdad judicial durante el juicio de La Tablada son evidentes. Nunca,
como en ningún otro tema, intentó despegarse tanto. Muchas veces, en su
afán por aumentar la leyenda sobre su figura, el Coti dejaba correr
todas las versiones para alimentar el mito. El caso La Tablada es la
excepción.
¿Quién ganó y quién perdió con el ataque? Más allá de las víctimas de
uno y otro sector que pusieron el cuerpo, el Ejército se robusteció tras
el bombardeo exagerado que teatralizó con la recuperación del cuartel.
Gorriarán logró escabullirse del escenario, pero una vez más revalidaba
su título de principal prófugo de la justicia argentina.
Días antes del ataque, Francisco "Pancho" Provenzano andaba preocupado.
Demasiado encerrado en sí mismo. Algo le decía que debía andar con
cuidado. "Para mí Gorriarán arregló por arriba entre los servicios",
escribió en su mensaje cargado de dudas. Y creía que no lo iban a dejar
vivo porque sabía demasiado. Ni siquiera confiaba en sus amigos
todopoderosos. Menos que menos.
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